La noche ha transcurrido y contrariamente a los pensamientos del día anterior nada ha perturbado nuestro descanso. Son las 06.00 am y, después de recoger todas las cosas y cargarlas en el coche, pasamos por recepción a desayunar. Allí nos recibe el curioso personaje, dueño del hotel, ataviado con una bata de mujer mientras coloca un par de bandejas de mini-muffins recién horneados sobre el mostrador. Habiendo podido comprobar el deterioro de las instalaciones y la falta de limpieza esperamos un desayuno bastante peor, pero hay que reconocer que no está mal. Nos preparamos unas tostadas, zumo, cereales, café y muffins mientras damos un poco de charla al pobre hombre. Nos cuenta que estuvo despierto hasta las 3 de la madrugada esperando a un cliente que nunca llegó, ni siquiera avisó y además había reservado por correo electrónico y no disponía de los datos de su tarjeta, así que había hecho el “canelo”.
A las 07.00 am nos ponemos en marcha pero
no vamos muy lejos porque lo primero que hacemos es parar a repostar en el
mismo Green River; junto a la gasolinera hay un puesto de venta de sandías. Tal
y como habíamos estado hablando con el dueño del hotel esa semana se celebraba
la fiesta de la sandía en la población, que al parecer es famosa en la zona por
producir ejemplares de esta fruta de gran calidad.
Recorremos un tramo de la interestatal I-70
pero rápidamente nos desviamos en busca de la carretera 24 que nos llevará
hasta Hanskville en dirección sur. Antes de llegar aquí larguísimas rectas
completamente solitarias nos permiten detener el coche en la calzada para poder
tomar fotografías. Incluso vemos una zona plagada de pequeños “buttes” que nos
parecen una réplica en miniatura de Monument Valley, del que pudimos disfrutar
unos días atrás.
Una vez superada la pequeñísima población
de Hanskville (apenas son varias casas desperdigadas alrededor de la carretera)
la 24 gira hacia el oeste y se adentra en un área de paisaje distinto,
sorprendente. Los colores se tornan grisáceos y azulados, y colinas y montes de
no muy grandes dimensiones dominan el terreno; todos ellos con tonos que se
mueven dentro de la paleta mencionada. Contrastan con las elevaciones del terreno
los pequeños y verdes prados que escoltan el paso del río Fremont y que se ven
salpicados en algunos casos por grupos de cabeza de ganado. Son los dominios
del conocido como Blue Valley donde emergen las Blue Hills y los grupos de
pizarras de Mancos Shale.
Entre estos paisajes de tonos plomizos
sigue discurriendo la 24 hasta que cruza por encima del río y éste empieza a
acompañarnos por el margen derecho; aquí el asfalto se abraza más estrechamente
al cauce de agua y las inundaciones que se produjeron años atrás en la zona de
Caineville se hacen explicables.
Llegamos al cartelón que anuncia la entrada
en el Capitol Reef National Park; poco después atravesamos el distrito de
Fruita, famoso por los cultivos frutales de los mormones. A través de la ventanilla
se suceden árboles de distintos tipos y apreciamos claramente las manzanas que
tienen en este mes su momento de maduración. Pocos minutos después abandonamos
la 24 por su margen izquierdo y hacemos una parada en el Visitor Center del
parque para recabar información sobre posibles rutas o trails cerrados por
circunstancias meteorológicas. Tenemos suerte, no hay ninguna incidencia al
respecto.
La Scenic Drive se dirige hacia el sur y la
seguimos unas millas hasta entrar en el área de Gifford Homestead. Unas cuantas
construcciones de madera ambientan perfectamente el paraje, con un pequeño
establo y su cerca donde pastan varios ciervos. En una de estas casas de madera
se venden productos elaborados en Fruita además de pan, tartas de fruta y
cinamon rolls recién hechos. Hay muestras para su degustación y al final
acabamos comprando varias mermeladas, una tarta de calabaza y un cinamon roll.
El problema llega cuando intentamos pagar, el datafono no acepta la tarjeta. Probamos con una segunda, tampoco funciona.
Una tercena tampoco logra mejor resultado. Al final tenemos que pagar en
efectivo pero momentáneamente nos entra la angustia por las tarjetas.
Disponemos de más y el problema no es quedarse sin dinero para el resto del
viaje. Empezamos a entrar en fase paranoica pensando que lo mismo han duplicado
la tarjeta y centramos nuestras sospechas en el último lugar dónde la usamos,
el sitio donde cenamos anoche. Tal vez el banco haya notado movimientos
extraños y las haya bloqueado. Me resulta inexplicable porque comprobé la
cuenta por la mañana cuando me levanté y estaba todo en orden. Seguramente sea
un problema de la conexión de la tienda en la que acabamos de comprar y no haya
porque preocuparse.
En un banco de la zona exterior damos buena
cuenta de la tarta de calabaza que viene acompañada de un par de envases de
nata montada para decorarla. La tranquilidad en el lugar es absoluta y el
entorno invita a la relación; sin embargo estamos inquietos con el tema de las
tarjetas. Hablamos sobre ello y llegamos a la conclusión de comprobar la cuenta
en el primer sitio que podamos tener conexión a internet.
Con el cuerpo a rebosar de azúcar nos
ponemos en marcha de nuevo. La ruta escénica resulta muy interesante y la
limitación de la velocidad hace que la conducción relajada nos permita
disfrutar de los detalles del entorno. Existen varios puntos bajos en la
calzada (dips) para permitir el paso del agua que tenemos que rebasar casi
parados si no queremos hincar el morro del coche en el asfalto. La carretera
concluye en un aparcamiento del que parten dos caminos, uno de ellos es la Capitol
Gorge Road a la que accedemos.
La carretera en realidad es un camino de
tierra que recorre el fondo de un cañón muy estrecho en cuyo fondo apenas hay
espacio para el paso de dos vehículos. El camino está en buen estado y se puede
surcar con un turismo sin ningún problema. Atravesamos alguna zona de
particular belleza en la que paramos el vehículo e inclinamos la cabeza
acusadamente para ver el cielo más allá de las paredes de roca roja.
El camino muere en un pequeño aparcamiento
de tierra donde se ve un puñado de vehículos y caravanas. Cargamos agua en la
mochila, nos ponemos la gorra y comenzamos a caminar. El lecho del arroyo que
fluye dentro del cañón está seco aunque me imagino las consecuencias que puede
acarrear una inundación repentina en un lugar tan estrecho y con forma de
embudo. El paseo nos lleva al primer punto de interés, unos pictogramas indios
sobre la pared de roca. Al lado aparecen graffitis firmados por la mano de algún
indeseable que no respeta el patrimonio de generaciones anteriores. Un cartel
del servicio del parque recuerda que estas prácticas están prohibidas y que se
persigue a los autores de estas aberraciones.
Alcanzamos el final del barranco y mientras
María me espera a la sombra trepo por una de las laderas siguiendo los montones
de piedras que señalizan el camino hacia “The Tanks”. Se trata de unas pozas
naturales excavadas por la fuerza del agua en la propia roca que en este caso
están llenas de un agua estancada de color verdoso. El paseo es corto pero
tampoco merece la vena por lo que uno encuentra al final del mismo. Nos
reencontramos en el barranco y retornamos hacia el coche. Seguimos pensando en
el tema de las tarjetas y hacemos una parada en el Visitor Center por si
hubiera wifi o nos dejaran conectarnos a su red, pero no hay suerte.
Simplemente nos queda avanzar por la 24
hasta Torrey; justo en el cruce con la 12 hay una gasolinera y una especie de
área de servicio con varios restaurantes, uno de ellos con wifi que es el que
nos indicó la mujer de Gifford House. Desde el propio coche y sin acceder al
local la red está abierta así que comprobamos la cuenta bancaria, todo está en
orden. Respiramos aliviados. El siguiente paso es entrar en la gasolinera y
comprar unos frutos secos con chocolate (por cierto, que buenos están) y pagar
con la tarjeta. Funciona sin problemas. Los fantasmas se desvanecen y el
dependiente de la gasolinera nos explica que a veces eso pasa porque no se pasa
bien la banda de la tarjeta o se teclea una cantidad incorrecta que no coincide
con lo que marca la caja. De una u otra forma, nuestras mentes se relajan y se
centran en seguir disfrutando de la jornada.
Nos adentramos en Torrey tratando de buscar
un supermercado pero la búsqueda resulta infructuosa así que preguntamos desde
el coche a un lugareño que nos responde desde su pickup que lo más cercano está
en Escalante. La 12 parte desde el cruce con la 24 en Torrey en dirección sur, y
es la carretera que cogemos. Pronto comienza un ascenso suave y continuado que
nos adentra en zonas de bosques de coníferas y un paisaje más montañoso. Nos
detenemos en varios miradores (Larb Hollow Overlook, Steep Creek Overlook y
Homestead) con vistas muy amplias de lagos, valles y montañas de fondo.
Hacemos un alto en un punto de información
del Dixie National Forest y preguntamos por el estado del trail de las Calf
Creek Falls. Nos advierten de que es una pista bastante arenosa que dificulta
el avance pero está abierta y no hay incidencias de ningún tipo. La amable
señora que nos ha atendido pregunta por nuestro país de procedencia y cuando
obtiene respuesta procede a clavar una chincheta en un mapa del mundo que
cuelga de la pared; le hace especial ilusión porque este año es la primera
chincheta que clava sobre territorio de España. Coronamos la cima y se inicia
un descenso que también nos deparará alguna parada en busca de la fotografía o
de las vistas desde posiciones más elevadas.
Después del descenso, el asfalto se
estrangula al máximo en un collado que tiene grandes hondonadas a ambos lados;
el paisaje es simplemente espectacular y la conducción más que divertida.
Volvemos a descender para pasar por la zona del Calf Creek y después
atravesamos el río Escalante. Aquí el terreno cambia de color y a medida que
ascendemos lo hacemos por una carretera que literalmente sigue las curvas de
nivel con continuos cambios de rasante sobre un tapiz de colores blancos y de
tonos crema. Llegamos a un mirador desde el que se observa el movimiento
serpenteante de la delgada línea de asfalto por la que acabamos de circular.
Miramos el mapa y caemos en la cuenta de que veníamos tan absortos en las
vistas que nos hemos pasado el desvío que conduce al inicio del trail que
queremos hacer.
Vuelta atrás y en 10 minutos estamos
aparcando en el área recreativa del Calf Creek. Leo el cartel que hay en la
caseta y veo que se paga una tasa de $5 por vehículo pero los poseedores del
anual pass están exentos, así que nos preparamos unos bocadillos con lo que aún
llevamos en la nevera, cogemos agua en buena cantidad, nos ponemos protector
solar y a caminar. Son las 14.00 pm y el sol es de justicia, vemos como a estas
horas mucha gente acaba el trail y retorna al aparcamiento.
El sendero siempre discurre paralelo al
cauce del Calf Creek. En la primera mitad lo hace algo más distanciado y la
arena suelta incita a que nuestras pisadas se claven en ella y cueste avanzar.
Se pasa por puntos singulares que vamos cotejando con un panfleto que hemos
cogido al inicio del trail. Un estanque de castores cubierto por tupidos
juncos, unas pinturas tribales sobre un muro de roca al otro lado del río… con
estas cosas nos vamos entreteniendo a medida que avanzamos. En la segunda mitad
del trayecto el camino se acerca más al lecho del río que queda encorsetado
entre las paredes del cañón.
Se me ocurre comentar a María que en el
inicio del trail había advertencias del avistamiento de “mountain lions” por la
zona. Es asustadiza y pronto comienza a sospechar de cualquier ruido entre los
matorrales, pero no son más que pájaros entre sus ramas. Un murmullo comienza a
resonar mientras la vegetación se tiñe de un verde más intenso, estamos
llegando a la cascada. Y al final aparece ante nosotros con un chorro de agua
potente, a pesar de la sequía que parece reinar en este paramo de Utah.
Nos sentamos a disfrutar del frescor
proporcionado por el spray que forma el agua al chocar contra los paredones
verticales y damos fin de nuestros bocadillos en este remanso de paz que sólo
se ve alterado por la presencia de algún que otro excursionista. Después de una
larga y reponedora parada es hora de afrontar la vuelta, en la que María se
concentra en seguir las indicaciones para ahuyentar a los posibles “mountain
lions” de la zona; ir charlando con el resto de compañeros de caminata o en su
defecto reproducir música por el móvil. De nada le vale esto cuando en medio
del camino se topa con una serpiente de algo más de un metro de longitud y de
vivos colores amarillos y anaranjados.
Le doy instrucciones para que no la azuce
con un palo ni la moleste, que ya se retirará, y así lo hace esperando a que el
áspid retroceda. Cuando el animal lo hace, María pasa corriendo y provoca un
gesto instintivo de la serpiente que avanza para luego volver a retroceder
mientras se escuchan los alaridos de María presa del pánico. No puedo contener
la risa. Creo que el episodio también ha sido seguido en la distancia por un
grupo de niños y sus padres. Cuando les adelantamos imitan los gritos de terror
de María, nos reímos a carcajadas de la situación.
Al llegar al coche rellenamos las garrafas
de agua aprovechando la fuente que allí existe y nos refrescamos en ella. Son
casi las 17.00 pm y tenemos que volver a la carretera 12 en busca de la entrada
del siguiente objetivo, Bryce Canyon. Atravesamos Escalante y Tropic pero
decidimos no parar en el supermercado con el objetivo de llegar al parque con
algo de luz. Un nuevo cambio en el paisaje nos anuncia la inminente presencia
de Bryce Canyon, con pinos y montículos de arena rojiza que inundan la vista
desde las ventanillas de nuestro vehículo.
Pasamos por la caseta de los rangers y
recogemos el mapa de rigor. La mayor parte de la gente está abandonando el
parque a estas horas, así que al menos lo que podamos ver lo haremos con
tranquilidad. Nos dirigimos al final de la carretera que finaliza en un fondo
de saco en el Rainbow Point. Desde aquí se puede apreciar la proximidad de
algunos “hoodoos” pero el grueso principal de los mismos que se halla en el
anfiteatro queda lejano. Caminamos por un sendero de tierra que parte del
propio aparcamiento hasta Yovimpa Point, tenemos una vista de otra zona del
parque que no pertenece a la más conocida del mencionado anfiteatro.
Aquí hay 4 ó 5 personas que esperan a la
puesta de sol, pero nosotros tenemos intención de ver algún mirador más antes de
que se produzca, así que volvemos al coche; en este corto trayecto vemos varios
ciervos que pastan con absoluta tranquilidad a escasos metros del camino y no
desperdiciamos la ocasión para observarlos en silencio por unos minutos. Las
siguientes paradas las hacemos en Ponderosa Canyon, en Natural Bridge
(interesante arco natural de piedra el que aquí se observa) y en Farview Point
donde aprovechamos para ver como el sol se oculta detrás del horizonte. No hay
gente, estamos solos. Disfrutar de un espectáculo en estas condiciones es
difícil de conseguir y lo aprovechamos al máximo.
La noche ha caído por completo y al
dirigirnos a la salida del parque sufrimos un pequeño susto. Bueno, más bien lo
sufro yo al volante porque a María le pilla echando un vistazo a nuestros
apuntes de viaje. Un ciervo sale de la cuneta derecha brincando a escasos
metros del capó del coche. Tengo el tiempo justo para frenar suavemente y
reducir un poco la velocidad, lo necesario para que el animal vuelta a botar en
medio de la calzada y salga del plano mientras el faro delantero izquierdo casi
impacta con él. Si no llego a frenar, “me lo trago”. Con un nudo en la garganta
le digo a María si no lo ha visto a lo que responde que no, que iba leyendo nuestrras notas; “mejor para ella”
pienso, mientras no quito ojo de la carretera.
Sin más incidentes llegamos a Panguitch,
dónde haremos noche en el Bryce Canyon Motel. El sitio parece sumergido en un
completo caos porque al llegar el empleado nos recibe en la puerta del
aparcamiento y nos pregunta si tenemos reserva. Comprueba sus notas, nos
inscribe mientras instruye sobre el procedimiento a seguir en estos casos al
que parece un nuevo empleado (este vestido con sus botas y sombrero de cowboy)
y finalmente nos entrega unas llaves después de un rato de espera. Al entrar en
la habitación vemos que no la han limpiado y así lo anuncia la cama, aún sin
hacer. Vuelvo a recepción y se lo explico. El pobre hombre se deshace en
disculpas y me comienza a contar la historia. Los anteriores empleados se
dedicaban a falsear los libros de registro para quedarse con dinero de la caja
y como consecuencia de ello hay un lío de aúpa con las habitaciones y las
reservas.
El “cowboy” es un nuevo empleado que han
contratado de urgencia y está intentando enseñarle a marchas forzadas. Nos da
una nueva habitación que en este caso sí que está limpia y descargamos en ella
el equipaje. Los supermercados han cerrado así que buscamos un sitio de comida
rápida (Henry’s Drive In) en el que nos atienden in extremis porque está a
punto de cerrar. Con una hamburguesa y unas piezas de pollo nos vamos a la
habitación donde cenamos. Mañana hay que madrugar de nuevo, nuestros cuerpos
comienzan a acostumbrarse a este ritmo y somos presa del sueño en pocos
minutos.
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